Antes de que salga el sol, me levanto, pero pasa cerca de media hora hasta que me despierte realmente. Desayuno rústicamente, como la mayoría de los argentinos con nuestra clásica infusión. Armo mi pilita de monedas, mientras miro TN, no por las noticias, sino para ver si me pongo un abrigo o no. Luego, salgo con mi paso tranquilo, desesperantemente tranquilo, hacia la parada del 101; que día a día me lleva a la UTN pero en este trayecto, que tarda alrededor de cincuenta minutos pasan miles de cosas.
Muchos personajes suben y bajan, aclaremos que el circuito incluye: Palermo, once, bajo flores, barrio coreano, lugano, etc. Algunas caras son habituales, como el señor que se sube en Pueyrredon y Córdoba, y se baja en un túnel o puente, según desde donde se lo mire, que está a pocas cuadras de Deportivo Español.
También muchos enfermeros y doctores pasantes se suman a nuestro paseo a la altura de Facultad de Medicina, pero estos descienden en diversos lugares, mi escasa intuición me lleva a pensar que están volviendo a sus moradas después de una larga jornada de trabajo, al mismo tiempo me gusta pensar que salvaron muchas vidas en las salas de emergencias.
Por otro lado, las veces que no me duermo, tengo que sufrir las vocecitas penetrantes de niños y adolescentes que, con o sin padres, van a sus escuelas. Tienen siempre un olor peculiar que caracteriza a los menores de edad (en especial a los infantes). Rara vez un borracho me hace compañía, a lo lejos, aun así, nunca me deleité con una pelea con el conductor. Supongo que son los horarios que frecuento, los que hacen imposible semejante show, con despliegues de palabras maravillosas e insultos irrepetibles, que surcan el aire de maneras irregulares.
En cuanto a lo que concierne al medio de transporte propiamente dicho, se puede decir que su funcionamiento es bastante bueno, ya que solamente dos veces me ha dejado a mitad de camino. La frecuencia oscila entre los quince y veinticinco minutos, pero esto se debe a que tomo “el de cartel blanco” (que se dirige irrefutablemente hacia barrio Samoré) pero hay otros dos con carteles rojos, que van a Budge y otro lugar que nunca exploré (ni espero hacerlo).
Los vehículos de esta línea se basan en una serie de antigüedades, solo dos (a lo mucho tres) tienen las características apropiadas para transportar gente discapacitada, en movilidad. Lamentablemente, una sola vez pude ver la magnificencia de la ingeniería al transformar un simple colectivo en una rampa multiuso, levantando a una persona y su respectiva silla de ruedas.
Volviendo a la gente que utiliza este servicio, quiero culminar con un simple comentario: si tienen la suerte de subir a este mágico autobús, notarán que al instante quienes son los usuarios que terminan el recorrido en Mozart al 2300 (campus de la UTN) y podrán disfrutar junto a su presencia, por tan solo ochenta centavos, la belleza de una ciudad que no aparece en las postales…
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