Cuando la literatura se entrecruza con la historia pueden ocurrir cosas injustas. Por ejemplo, que millones de personas conozcan vida y obra de Sherlock Holmes, y casi nadie sepa quien fue su creador, Arthur Conan Doyle.
Los intentos del escritor por “matar” a su héroe fueron infructuosos, y en centenares de libros sobre el detective ni siquiera mencionan a su creador. Arthur, nacido en Edimburgo, era un oscuro médico oftalmólogo que entretenía sus ocios imaginando una novela, arracándole canciones folklóricas a un viejo violín, era católico por formación. Holmes, en cambio, no es un personaje común para los años de las reina Victoria. Su autor lo dotó de vicios mayúsculos: morfinómano, misógino, músico ambulante y ex actor. Pero también le adosó como escudero a John Watson, doctor en medicina y oficial retirado del cuerpo de sanidad.
En otoño de 1891, a sólo cuatro años de su primer libro, el autor ya no aguantaba vivir a la sombra de su creación. Lo hizo rodar por el precipicio en “El problema final”. Nadie se lo perdonó; le llovieron las cartas con críticas feroces. Abrumado y luego entristecido, hizo reaparecer al héroe en “El perro de los Baskerville”. Pero la gente le exigió más, y tuvo que explicar, en “El retorno de Sherlock Holmes”, como había sobrevivido el detective a los planes asesinos de Moriarty.
En 1927 publicó la última saga del detective, “El archivo de Sherlock Holmes”, y murió tres años más tarde, el siete de julio de 1930. Arthur Conan Doyle frecuentó, entre otros ilustres, a Kart Marx, a Lewis Carroll, a Eduardo VII y al Dalai Lama, pero su tumba… no la visita nadie.
2 Comentarios aquí:
En tu texto figura que Doyle frencuentaba a KarT Marx, a menos que yo halla leído cualquier cosa. Saludos (aguante Sir Arthur Conan Doyle)
Si, es cierto, pero supongo que los lectores se van a dar cuenta de quién hablo... ¿no?
Publicar un comentario