Hip2 = Cat2 + cat2 1
Federico su nombre, adolescente de baja estatura, pero de pasión obsesiva por la autosuperación. Diestro en las ciencias formales, se supone que no existe cálculo que lo supere; no en estas materias, por lo menos no hasta aquel día, cual he de relatarles en esta oportunidad.
Con sus anécdotas podría escribir varios libros tan largos, o más, como el excelente escrito de Dumas2. Pero basta para su deleite esta historia, con la cual podrán saber cómo es que un genio ha de enloquecer.
Era aquella la época en que íbamos al colegio secundario (o polimodal como se solía decir), alumno ejemplar; jamás una falta, siempre diez. Su especialidad estaba en las matemáticas (dejemos la lógica de lado), cátedra dada por una profesora que marcó, según sus propias palabras, un antes y un después de conocerla. Esta señora educadora ejerció en Rolo3 una increíble irregularidad mental. Conociendo su potencial, lo presionaban, y se autoexigía, a tal extremo que toda al literatura que conocía eran los libros de la materia.
Distancia abismal existía entre el resto de nosotros, y él, persona capaz si las hay. Sucedía esto regularmente por la cantidad superior de ejercicios que le daba la maestra. Hacía hasta el último en poco tiempo, de grados intelectuales mayores también, pero nunca le reconocía el éxito ni el sacrificio al mismo chico, sino que se lo retribuía a ella misma.
Hasta que una noche –triste, nublada, con hojas cayendo, como son todas las noches de trágicos otoños en esta ciudad-, Fede caminaba del bar que quedaba en la Libertad al broche (Planeta Obelix en aquellos días), junto a nosotros, sus amigos; pero en ese momento nuestra sangre se heló y la vista se fijó en el pequeño cierto que se movía histéricamente.
Alfredo4 hablaba, para ser más preciso, explicaba el teorema de Pitágoras, lo hacía con una excelencia nunca antes vista por mí, ni siquiera por el mismísimo griego creador. Sus palabras no eran simplemente enunciadas como otras tantas veces, sino que en esta oportunidad se oía la frase: “la hipotenusa al cuadrado es igual a la suma de los cuadrados de los catetos” con un carisma especial, con una gracia iluminada por cierto dios.
Lo mágico de aquel momento fue a quién se lo dijo… a nadie, ya que ante nuestros ojos, mortales y humanos como siempre, no había nadie. Parado como compartiendo una charla con Julián, agitaba los brazos de un lado hacia el otro, se enojaba, discutía desaforadamente, y como siempre, se empacaba.
Frente a la puerta del gimnasio del campo de deportes del Colegio Jesús Sacramentado, entendimos que, al igual que John Nash5, estaba teniendo ilusiones fantasías producidas por su “problemita”.
Tuvimos miedo, nos miramos y temblamos nadie se atrevía a dar un paso con intención de ayudar, no porque fuésemos malvados sino por el temor que fluía en nosotros. Hasta que Tomás Mingote, cuya alma es de superhéroe (Spiderman tal vez6) pronunció un nombre con el cual trajo de vuelta al mundo real al loco.
“Julieta Ingrati”, Mingo7 había dicho, nombre que corresponde a la bellísima amada del Rolo. Con mirada tierna se fijó en nosotros y ya no enunció nada de matemáticas pero nos dijo:
- Eh, loco, por suerte ya no veo más números en las paredes… y se fue el tonto ese de Nash, que se cree superior a mi.-
Las palabras parecían escaparse como desesperadas, no salían, volaban. Esa tenebrosa e imborrable voz que todavía habita en mi, cesó por esa noche.
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Hoy en día, ya pasados unos siete años, sigue internado en el hospital mental “Nueve de Julio” que fue reabierto pocos meses después de la historia por mi narrada.
Nadie encerró a la fuerza a Federico Alfredo Rolando, o “interno 248**”9 como lo conocen allí dentro, él se metió para que lo curasen, solo comprendió su problema y como siempre lo intentó reparar, con ayuda, eso pasa pocas veces en jóvenes así. Todavía espera resultados, en las matemáticas llegan más rápido, ¿verdad?
Una vez a la semana, los sábados me han contado, llega una visita para él. Joven, sumamente petisa, de cabellera algo extraña, no muy flaca; sus rulos parecían bailar con la suave brisa del aire acondicionado. Siempre firma el libre de visitas bajo las iniciales: “J. I.”. Supongo que hay amores que no mueren nuca, ni con la locura, ni compitiendo con John Nash, ni contra aquella traumática profesora…
Notas:
1°: Esa fórmula es el teorema de Pitágoras.
2°: Alejandro Dumas novelista y dramaturgo francés (1803-1870), el escrito al que me refiero es “El conde de Montecristo”.
3°: Apodo del personaje principal.
4°: Segundo nombre del personaje principal.
5°: economista-matemático estadounidense, enfermo de esquizofrenia. Recibió el premio Nobel de Economía en 1994.
6°: Hace referencia a un texto que pronto va a estar en este blog, espero.
7°: Apodo del muchacho recién mencionado.
8°: “Separador” usado por Gabriel García Márquez en “la hojarasca”.
9°: No puedo completar el número porque corresponde al teléfono de la familia Rolando.
N. del Botis: este fue un texto que escribí mientras ibamos a la secundaria, lo saqué de la primera correción, así que es posible que esté lleno de errores, pero bue... es lo que hay...
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