Historia que podría haber pasado en el planeta Obelix

ACTUALIZACIÓN: Lo escribí una noche, y ahora, con tanta lluvia, pensé en mirarlo de nuevo; no fue ninguna sorpresa que estuviese lleno de pequeños errores, así que lo acabo de editar y cambiar algunas partes (aunque siempre existan cosas por mejorar), no es nada significativo, sino reiteraciones y ese tipo de cosas. Gracias.

Con la derecha sostenía un vaso, esos de plástico alargado y transparente, que permitía ver el güisqui doble; a esta altura de la noche, medio diluido por los cubitos derretidos. Mientras, que con la izquierda, abrazaba la cintura de aquella linda caderona, que se negaba a irse del boliche con él, al mismo tiempo que omitía el “no” definitivo para frenar aquel torbellino desesperado de alcohol y hormonas, que se podía situar justo después de la camisa manchada y a medio abotonar, en el pecho del sudoroso muchacho en cuestión.

Unos cuantos minutos después, cuando ya había terminado todo el repertorio y algún que otro arsenal de piropos ajenos, se dio por vencido, agotado, exhausto por la conquista fracasada, por el intento inútil de no terminar otra noche solo, como era habitual para él. Parecía que nada iba a cambiar, cuando dejara de sonar esa cumbia de antaño, mezclada con algún tema del momento, y se soltaran los primeros lentos románticos a la par del encendido de luces cegadoras, que dejaban en evidencia el mal trato de la noche, pintalabios corridos y manotazos de ahogados, debería retirarse, con pasos zigzaguentas e inseguros, posiblemente.

Pero en ese preciso momento, cuando perfilaba para la puerta, prendiendo el último cigarrillo del atado, fijó la vista en lo que entendió como el último intento de la jornada, del fin de semana posiblemente, y sin nada que perder se embarcó, una vez más, en el laborioso esfuerzo de conquistar una dama. Si bien su apariencia no era de príncipe azul, que de hecho ya ni buscan las hembras humanas, no tenía demasiado que penar, la fama de buen amante que se había ganado en aquella pequeña cuidad del interior, le daba cierta ventaja ante algunos competidores del rubro.

No perdió el tiempo y de entrada sujetó por la espalda, como una seña característica propia, a la rubia de cuerpo casi perfecto pero humor exótico, ojos claros, cuerpo angelical y carisma demoníaco. Excelente combinación parecía, nunca le gustó buscar señoritas fáciles, prefería pelearla desde abajo, aún si eso significaba perder. Solo él hablaba pero eso alcanzaba para suponer una futura pasión. Tras un par de minutos creía estar volviendose loco o enamorandose, que para el caso es lo mismo. Sin parar de bailar, la doncella elegida respondió con una sonrisa, pero no fijó la mirada en él, simplemente perdió su vista en la oscuridad del ambiente. Sujetando su vestidito rosado se meneó como solo lo saben hacer las hermanas del Brasil, movió su cuerpo al ritmo de todo lo que sonó, sin posibilidad de seguirle los pasos ni la conversación, una vez más, el joven entusiasta se vio frustrado y con un dulce beso se despidió.

De nuevo emprendía el viaje al frío exterior de la madrugada, por suerte algunos de sus amigos estaban cerca de la puerta, se acercó en busca de calor fraternal y marchar todos juntos... ahora parecían un feliz grupo de tristes muchachos que no pudieron colmar sus expectativas clásicas de otra noche lujuriosa. Entre el bochinche de autos y borrachos gritones, se abrió paso la voz dulce de aquella bermeja, que minutos atrás le había “cortado el rostro”; lo llamaba, sin saber el nombre, se hizo entender que lo buscaba a él. Los ojos masculinos, rodeados de gruesas cejas que casi se unían, se iluminaron como los de un niño al ver a Papa Noel por primera vez.

Sus amigos se detuvieron para fisgonear como suricatos, mientras él se le arrimaba. Temblorosa la voz, con miedo de un regaño, con felicidad por un posible si, se animó a volver a entablar conversación…
-¿Me llamabas a mi?- con esfuerzo murmuró.
-Si.- ella afirmó sin titubear - Te vi fumando, ¿no te quedó un pucho?- concluyó mirando y sonriendo a sus amigas.

Juan se puso pálido al instante, la mandíbula se deslizó unos centímetros hacia abajo, dejando notar su estado atónito y algo furioso; sus ojos perdieron el brillo alegre para transformarlo en un reflejo de lágrimas. Cuatro segundos le habían bastado para llenarse de esperanzas, en tan solo medio, esa yegua le destrozó y amargó la noche entera. Se dio vuelta sin responderle, y así, continuó su trayecto, no miró a sus compañeros de vida pero se unieron, todos, en una caminata casi simultánea. Nadie dijo nada pero con tan solo ver arrastrar sus pies, el mundo entero divisaba la inmensa tristeza que puede causar un mujer de corazón frío y bromas imbéciles.

El rato pasó junto con las cuadras que iban quedando atrás, viejas canciones fueron tarareadas y los fracasos compartidos entre todos; al llegar a casa, subió los escalones tambaleandose, los últimos vestigios de la borrachera tal vez, se tomó un momento de más antes de introducir la llave en la cerradura y fue cuando reaccionó… era una noche más de boliche, como cualquier otra, para la gente que no levanta.



N. del Botis: hacía mucho que no escribía, así que... gracias Loli por motivarme pa'que retome estas viejas costumbres. Ah, quería decir que no hay nada de anécdotas ni el nombre que usé tiene nada que ver y SI, güisqui se escribe así.

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