Compañera.-

Por las noches soñaba con ella. Labios rojos como las rosas de su jardín, ojos levemente achinados, con un color tan particular que Berni nunca la pudo retratar. El resto del cuerpo no le importaba, eran sus sentimientos los que quería fusionar consigo mismo.
Dos días a la semana compartía un aula de la calle Tucumán con aquella muchacha, y un par de docenas de jóvenes más. Intentaba sentarse dos o tres bancos más atrás, en diagonal, para admirar el perfil con que fantaseaba al regresar a su casa. Jamás habían cruzado palabra.
En los recreos la veía pitar, mientras él se colocaba los auriculares. Miraba como, poco a poco, destruía cientos de células y atascaba lentamente sus pulmones, mientras él oía su música preferida. Pero tanto le gustaba ver aquella boca rozar el filtro que no le importaba ya la salud, ni qué canción en particular sonaba.
Llegó la primavera, los rayos que se introducían en el aula y dejaban a la vista millones de pequeñas partículas, que graciosamente flotaban, le molestaba un poco, por lo que desistió de su banco y se pasó a uno en que la sombra lo guarecía (aunque la vista era menos privilegiada).
El calorcito forzaba a que la gente lleve menos ropa, más suelta, dejando menos y menos a la imaginación. ¡Qué placer! Por alguna extraña razón, esa tarde sostuvo la mirada más de lo habitual, y la jovencita lo notó, vió como ese extraño la miraba, la cataba, la estudiaba.
Pasó sin penas ni glorias el primer parcial. Las clases continuaron, a veces faltaba él, otras ella, nunca ambos (extraña casualidad). Parecía mutua aquella cacería, en donde se desvestían el uno al otro con la vista, o al menos, se deglutían en los pensamientos. Tristemente silenciosos se cruzaban en los pasillos, la chica siempre rodeada de gente, el muchacho casi siempre solo.
Clase de repaso antes del segundo parcial... Ya no aguantó más, con los ojos vidriosos por el nerviosismo, pómulos ardientes, ruborizados y la boca reseca, se le acercó, se lanzó. El corazón latía más veloz que nunca antes en la vida, parecía faltar el aire en aquel lugar. Cuando estuvo a menos de un metro se agachó y le dijo: “si no parás de mirarme le voy a decir a mi novio que te pegue”. Y la señorita volvió, ahora mucho más tranquila, a su asiento.
Pobre de él; tanto sentimiento, tanta pasión no pasa por la garganta. No alcanza el abecedario para deletrear su dolor ahora. Ni lágrimas para quitarlo. Ese fue también el motivo, por el cual no aprobó aquel segundo parcial, que hoy (dos años después) aún lo debe, le tiene pánico al salón de clases... maldita cátedra que roba el alma y destruye las ilusiones.

Nada de lo que acabás de leer es real; cualquier semejanza con la realidad que te imagines, es porque sos un depravado.

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