Una luz en el cielo.-

El silencio era tan inmenso que no me permitía oír mis pensamientos. Decidí alejarme de allí tan rápido como pudiera, pero mis piernas eran pesadas como grandes bloques de mármol. Nadie me socorría, parecía no existir ante la muda multitud que observaba un dorado resplandor en el cielo.
Así fue, hasta que una joven exquisita, con piel de porcelana y ojos vívidos como los pétalos de una rosa bajo el primer rocío en una mañana de verano, tomó mi mano y me arrastró... era más veloz que lo que mi cuerpo podía seguir.
El resto de la gente tornó sus miradas, movían sus cabezas como en un partido de tenis, mientras zigzagueábamos entre aquellos inmóviles humanos, algunos erguidos, algunos desplomados en el suelo de la plaza.
Cuando escapamos de ese lugar nos detuvimos a tomar aire, a respirar. Estaba muy agitado. En cambio, ella seguía fresca y pura, sin una gota de sudor en su cuerpo. No soltaba su mano, tenía miedo de quedarme allí solo y varado, rodeado de incertidumbre, dudas.
Vi que su boca se movía, ella trataba de comunicarse conmigo, pero era apenas un susurro incomprensible lo que llegaba a mis oídos. Estoy totalmente seguro de que la conozco de algún lado, de una vida pasada quizás. Mis vista se volvió difusa, nublada, los párpados me pesaban y una gota fría recorrió mi espalda. Un segundo después vi las nubes en el cielo y sentía la gramilla en mi nuca.

Luego de tanto sacrificio, de mostrarme ante los demás, él se desmayó a unos cuantos cientos de metros de donde partimos. Vuelvo a ser sola. Ellos acaban de conseguir uno más para su ejército. Debo continuar mi búsqueda, tiene que haber otras personas que sean inmunes como yo. Odio esa luz en el cielo que me ha quitado todo, mi familia, mis amigas, hasta mi mascota.
Me retiro antes de que se levante, es un hombre, es más fuerte que yo, a pesar de estar bajo la influencia de “eso”. Quizás coma algo luego, estoy cerca de la ciudad donde nací, no puedo detenerme, no puedo...

Y así, la muchacha, se despidió del sujeto postrado en el suelo con un tierno beso en la frente, mientras su cerebro era secado por aquel resplandor celestial. Cortó camino por entre los montes, tomó algunas frutas caídas (duraznos mayormente) y las fue colocando en el morral de cuero, las utilizaría más tarde cuando se sintiera débil. Ahora debía alejarse de la muchedumbre, que en breve comenzaría la cacería.
B.-

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