Descansar.-

Suave y fresa, así era la brisa que acariciaba su rostro. Parecía que la luna brillaba más de lo necesario; rostros pálidos se deslizaban ante sus ojos. Parado en la puerta de aquel polémico lugar, esperaba. La puerta era manipulada por una pesada mano, dedos gruesos y marcados, aparentaba que cada hora de trabajo había dejado su marca allí.
Largos eran los minutos y corta la paciencia. Se perdió unos instantes admirando la destreza de un anónimo conductor que, aún aparentemente ebrio, podía estacionar su largo auto sin mayores pesares; envidiándolo.
Chequeó su celular, la hora que marcaba el final de su noche se aproximaba, pero del recinto no salía quien deseaba. La billetera vacía le negaba la entrada. El vaso seco hubiese pedido otra ronda, pero la situación se lo impedía.
Mezcla de sobresalto y destreza, se aventuró a mirar por la entornada portezuela, mientras se despedía una muchacha del inmenso guardia de seguridad. Entre los rayos láser, el vaho y la multitud, vio venir a quien significaba el final de su triste desamparo.
Sin sacar más que medio cuerpo del bar, su amigo, le arrojó la campera que había olvidado dentro, justo sobre la silla de madera donde estuvo sentado varias horas. Colocándosela, comenzó lenta pero continua, la marcha de regreso a su hogar. Pisada tras pisada, parecía marcar el tiempo de una bella canción. Sus pies, ya cansados, hinchados, hartos, suplicaban llegar a destino, reposar como nubes en el cielo.
Aún faltaba mucho, pero la distancia en la noche no es tanta si los recuerdos son agradables… como la sonrisa que le robó a una joven, el sentido beso en la mejilla de su amiga, el abrazo fraternal de un viejo compañero de primaria, las miradas fugaces, cruzadas con alguien, donde solo se distinguen parcialmente los rasgos faciales.
Allí iba, haciendo el recuento de la salida, distintas ucronías zigzagueaban dentro de él. Algunos minutos antes del tiempo límite, ingresó a su hogar, sin pasar por el baño, se desplomó en la piltrafa, por colchón, donde debía dormir. Sus ojos no tardaron en cerrarse, más si su mente en relajarse. Y poder soñar.


Despuntando un viejo vicio, el de escribir. Porque palabras e imágenes, NO necesariamente van separadas. Mientras refino mis fotografías de "guerra", otra parte de mi sigue su camino. Ya lo dijo el magnífico Manu Chao: "yo llevo en el cuerpo un motor, que nunca deja de rolar"...

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