Bicicleta.-

El calor agobiante del sol, sin una sola nube en miles de kilómetros a la redonda y la ausencia absoluta de viento, decoraban aquella mañana. Sentado bajo la sombra protectora de un viejo aunque frondoso árbol, pretendía inútilmente soportar la situación climatológica. Al menos, de este modo, protegía su ya enrojecida piel de mayores daños.

Impasible e incómodo, cambiaba casi constantemente de posición, hasta que el sudor se hizo presente y la respiración se agitó pesadamente, como si el aire fuese espeso y raspara al inhalarlo. Aquellas tablas que ofician de banco eran tan antiguas como la plaza misma a la que pertenecen.

Repentinamente, halló un oasis mental, observando las motos que se estacionaban en cuarenta y cinco grados, fuera del Banco, en la esquina más céntrica de la ciudad, justo debajo de tres tilos ancianos tan altos como ese edificio centenario. Caían algunas “pelusas”, de esas que los alérgicos detestan tanto como la primavera, los motores recién apagados emanaban  un vaho de calor, ópticamente agradable.

La gente desfilaba mientras realizaba sus mandados céntricos, sociabilizando a cada paso. Al verlos, el muchacho disfrutaba, su mente inquieta e imaginación infantil, aún intacta, incorrupta por la tiranía de la televisión y el sistema occidental de educación tradicionalista, que ahoga la creatividad, le permitía crear una historia distinta para cada individuo, adornarlos con una serie de cualidades difícilmente comprobables e, incluso, pronosticarles un aventurado final.

De igual forma, sus pensamientos se dispersaban como llegaban. Etéreos, se los lleva el mínimo viento de distracción, era necesario algo tan suave como la brisa que se levantó en aquellos momentos. Desprolijos, como sus cabellos, alborotados pero siempre limpios.

Sus ojos saltaban de unos perros roñosos que se olfateaban impúdicamente en la vía pública, a la señora de la “bolsa-carrito” rebalsada de compras, hasta los gorriones que luchaban por una seca ramita en el cordón; allí una niña cruzaba apresuradamente de esquina a esquina, antes de que terminara de cambiar el semáforo y sin la aguada vigilancia de una madre dedicada. Esa pequeñita, sin embargo, enredóse con sus cordones desatados y, de esta dolorosa manera, se convirtió (sin saberlo nunca) en el nexo, vínculo, enlace del joven con una damita, posiblemente de su misma edad, que debió frenar abruptamente su bicicleta para no atropellar al infantil cuerpo, ahora derramador incansable de lágrimas; tal vez por dolor, quizás por vergüenza, creo que por una combinación de ambos.

Tras una corrida veloz y corta, la madre ahora preocupada, levantó al pequeño proyecto de persona a quien llamaba hija y la apretó firme y cariñosamente contra sus pechos, ahogando y secando el llano en un solo movimiento. Pero lo que llamó la atención del pibe, más allá de la esplendorosa caída y su exagerada reacción consecuente, fue la chica, la de la bici antigua, con canasto y portaequipaje, que aún pintada de negro dejaba entrever los años.

En principio fue el hecho de ver una ciclista en la ciudad donde sobran motas generosamente, luego, cuando retomó el pedaleo… notó que había algún motivo extra, quizás era la postura descontracturada, antagonista de la rigidez y estoicismo, cual mármol griego, de las conductoras de motocicletas.

Boquiabierto, pasmado, algo intrigado y, sin lugar a dudas, encantado, acompañó el recorrido de aquella señorita a lo largo de toda la cuadra hasta que un inoportuno e imprudente rayo de sol lo encandiló en demasía y lo hizo perderla al llegar a la esquina. Esos breves instantes que demoró en abarcar cien metros, se alargaron poderosamente, reafirmando las teorías del tiempo psicológico y desafiando la eterna realidad.

Vió cómo se abalanzaba hacia delante para arrancar con más envión, ejerciendo mucha fuerza en el manubrio, con un rostro sonriente y fresco, a pesar del calor. La bella nariz sostenía unos Ray-Ban dorados, de aros antiguos, con cristales verde tres, por lo que sus ojos permanecieron escondidos y jamás supo que hubo y cuán largo fue el contacto visual.

Una cabellera dorada como el maíz, en una época sin tanta sequía como este verano, decoraba el llamativo rostro helénico, al tiempo que la parte más suelta de su cola de caballo ondeaba azarosamente como el pelaje de un cimarrón. Movió súbitamente la cabeza, hacia un costado, para correr algunos pelos de su cara, dejando al descubierto la suavidad tersa de su absolutamente hermoso cuello. Desgraciadamente, por respetar esas raras costumbres, iba vestida y lo hacía con un veraniego solerito, atado a su cintura, con un cinturón de cuero que le combinaba, remarcando así la sensualidad de todo ese cuerpo femenino. Esas curvas magistrales dejaron una silueta eterna grabada en su cabeza.

Ni el entramado de rayas azules y grises del vestido, ni el morral de cuero con grandes bonotes metálicos, impidieron la posibilidad de admirar el temblequeo vibrante de sus pechos al andar, intensificados al cruzar sobre cada brea; ella inclinada hacia delante completaba la imagen y la transformaba en una postal paisajística, digna de comparación con los picos más hermosos de los Andes… aunque sin nieve.

La prenda que utilizaba quizás era demasiado corta, teniendo en cuenta que visualizó cada centímetro desde sus pies hasta sus firmes muslos, cuasi atléticos. En medio, notó como sus músculos se marcaban en ciertos movimientos del pedaleo y ese gemelo derecho ligeramente más grande que su par izquierdo.

Apenas miró las ruedas girar, levantar polvo a su paso, pero si oía chirriar a la seca cadena. Tras pasar frente a él, enfocando ahora su parte trasera, el futuro hombre se sorprendió con una espalda semidescubierta, amplia, muy tostada (a pesar de que esa mujercita poseía una tez muy blanca), algo pecosa y completamente brillante, recubierta de una delgada capa de sudor. No, no desagradable, muy sensual.

Así llegó a la esquina siguiente, se dispersó su contorno entre la alta luz solar. Tranquilo el joven respiró hondo, mantuvo los ojos cerrados unos segundos mientras esa secuencia se grababa en su mente. Estaba calmado, sabía que esta noche vería nuevamente a esa muchacha en algún bar, ni que fuera tan grande su ciudad…

N. del Autor: Al terminar de pasarlo a la computadora, siendo que es el texto más largo que escribí (creo), tenía tantas ganas de publicarlo que no me interesa en lo más mínimo realizar una corrección, así que ante cualquier error que encuentren (tanto ortográfico, como de significados y armado de frases), por favor, avisen así lo voy acomodando. Gracias por tomarte el tiempo de leer todo.-

1 Comentarios aquí:

JuanT dijo...

Lo "negativo": encontré esto "cuero con grandes bonotes metálicos", creo que quizás debería decir "botones".

La POSITIVO: Sos un grande, me gusta la redacción, narración y la historia... Te lo dice un simple camarada aficionado a la escritura (aunque algo abandona por estos momentos... y lo bueno es que leer relatos como el tuyo me motivan a volver a intentarlo. Gracias!).

Saludos.
jat_bbsncs@hotmail.com