Ya frustrado de moverme de un lado a otro, de arriba abajo y solo ver tres sogas grises (ahora las pude contar) y una manguera negra que estaba ahí, tendidas (mientras ese ruido, molesto, se hacía más intenso), me fui a preparar mate… agua calentándose, el sonido llegó al extremo máximo, rápidamente me aventé hacia la ventana, levanté la persiana desde su correa y allí estaba, chorreando las paredes, salpicando pintura floja, con un jardinero amarillo de goma y botas del mismo material. A unos trece metros de altura, colgaba de una tabla, fina y muy húmeda ya, y dos gruesísimos “piolines”. Un hombre, cuya identidad es totalmente ajena a mí, pero que tiene algo misterioso que me envolvió en ese momento.
En su primer movimiento comprendí el sistema de desplazamiento, donde la cuerda más fina le permitía bajar (o subir, pero no es el caso) a su antojo y aquella manguera negra, que antes mencioné, era parte de una especie de arma, como un fusil ametrallador futurista, pero no disparaba balas obviamente, sino agua. Allí seguía, el señor que lava edificios, purificando paredes, despertando jóvenes dormilones.
Dos preguntas cruzaron mi mente en aquel momento: “¿cuánto tardaríamos en lavar la pileta con una de esas?” y la otra, con un tono pseudofilosófico digno de conversación entre borrachos, “acaso ¿algún niño soñará con crecer para convertirse en el mejor limpiador de edificios del mundo?”. Me gusta pensar que si.
Ups, se me pasó el agua para el mate.
Texto escrito por Segundo B. Otis, sin corrección una vez más y eso que antes me jactaba de exigir una escritura más seria en el chat e Internet en general, que vergüenza.

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