De rocanrol y recitales

Como siempre, noche cerrada sobre la ciudad. Un grupo de amigos, igual a tantos otros, donde las diferencias hacen la belleza y las mezclas de personalidades definen la simpatía, se forman en una fila para presenciar un recital de rock pesado, de una banda de poca monta pero con numerosos seguidores.
Son varios pibes, se conocen mayormente desde la infancia, y los acompaña también una muchacha, a la que deben cuidar, es la novia de uno de ellos, frágil y extranjera en estos ambientes. Creo que se llama Daniela. El protagonista es fumador, tiene un buen encendedor, es reliquia familiar dice seguido, forjado en acero inoxidable con un grabado ilegible, lamentablemente lo usa a diario. También carga con un celular pero eso no le importa, no es un fanático de la tecnología. Tampoco posee nombre o interés en tenerlo.
Hay una multitud impresionante, la cola para la entrada es de unas dos cuadras, pero ellos ya están a la vuelta de la esquina, unos treinta metros de la gloria. El joven charla con una muchacha espectacular que pasa caminando en dirección a la puerta; es divina, rubia, de curvas bien marcadas, con pecas que decoran un rostro angelical, pero ella ya quiere entrar, así que decide no darle ni el teléfono y se va, aunque ambos saben que se trata de una chance de amar que se desperdicia.
Sigue la cola. Avanzan unos pocos pasos. Saca todo de los bolsillos de su vaquero gastado, de repente se habían tornado pesados, una carga molesta, como aquel burro en la sierra que se quita los sacos de sal, y los deja en la saliente de una ventana. La persiana baja le da tranquilidad.
La gente de más adelante parece inquieta, varios están abandonando la hilera y todo se desorganizó un poco. Mientras que la gente de remera negra y letras blancas que llevan la leyenda: staff, se distraen; ellos aprovechan ese desconcierto y, sonrientes, pueden ganar lugares velozmente. Pero al doblar la esquina... estalla todo. Hay corridas, la policía montada aparece con sus largos palos, un camión hidrante se aproxima desde atrás, ojos abiertos de par en par, reflejan la conmoción que se vive allí y entre tanto caos, nuestro pibe, se da cuenta que olvidó sus cosas y llenándose de valor, vuelve a buscar el encendedor. Sin notarlo hasta entonces, lleva a la novia de su amigo de la mano, la está salvando, está alejándola del peligro, tal como había prometido hacer.
Junta sus pertenencias a la marcha. El recital ya no tiene sentido y sin haber cola, se van resignados. Imaginan ver la puerta de rejas metálicas a lo lejos, disminuir su tamaño y permanecer cerradas. El bardo llena las calles de los alrededores también. Un grupo de misteriosos jóvenes proletariados, parados en el capó de un auto, les tiran botellas vacías, el protagonista en pose heroica las recibe en el pecho y espalda, impidiendo que dañen a Daniela, y a su vez, devuelve piedras que encuentra a sus pies, pero sin atinar a nadie, creo que no pretendía más que asustarlos.
Pronto se encuentran afuera del hermoso edificio de Aguas Argentinas, con su estructura arquitectónicamente gloriosa, pero se hallan demasiado tristes para apreciarla. Si bien el quilombo de la entrada, con sus corridas y todo, se extiende hasta aquí, están más tranquilos y a resguardo de la sociedad protectora.
Caminan lentamente hacia la parada del 106. Los pies pesados, aunque solo calcen zapatillas de lona. Sin mediar palabra, sin pensar en los caídos en batalla, deseando que su amigo y respectivo novio esté bien. Y en medio de tanta bataola, se encuentra la blonda impactante, quién repentinamente y sin mediar palabra, le imprime beso pasional en su boca. La noche, ahora, valió la pena.

1 Comentarios aquí:

Anónimo dijo...

aunq no entre seguido sigo entrando jeje.. saludos!!
el morita