Imágenes inadecuadas

Segunda entrega extraída del maravilloso mundo onírico.


Corría cierto año inexacto pero espectacular, en la hermosa ciudad de 9 de julio, donde era costumbre que la gente tenga sus propias huertas, no por los elevados precios de las verduras o la concientización de lo natural y orgánico, sino por deseo y voluntad propia, por placer, goce y disfrute.
Con esos motivos, Robertito y sus casi bien llevados diez años de edad, cultivaba una planta de tomates. Petisa y retacona, cargada de hojas densas, con un aroma particular, como las del Parque en las noches de verano. Pero aquel día en particular le regalaron otra semilla, para compartir con su familia, en un almacén cercano y según dicen que no tenía esperanza de vida, ya que hacía mucho frío y no iba a crecer demasiado.
De todos modos él la planto, con Dios sabrá que esperanzas. Le gustaba hacer pozos en la tierra con la mano, sentir los grumos deshaciéndose entre sus dedos y ver ese diminuto mundo de las hormigas y otros insectos, que pasa desapercibido bajo nuestros pies pero tan importante es para nuestra existencia.
Su madre lo ayudó a hacerlo, ella sabe más del mundo verde, técnicas de transplante, cultivo, etc. Es una señora de manos firmes, curtidas por años de trabajar sin parar, las sabias palabras que caen de su boca, es lo que nutre al niño, como el dulce néctar primaveral al colibrí, que año tras año regresa a sus frondosas flores. Mientras lo hacían, ella explica y corrige. Nota el pequeño, que hay una gran cantidad de barro, líquido en  demasía es la razón básica.
Al terminar, la dulce mujer asegura que quedó mejor de lo que esperaba, aunque ella ya le quiere poner los tutores pero su hijo asegura y se empeña en que no hace falta, al menos no aún, ya que ni siquiera nació un brote.
Sucios, felices, llenos de paz y con los más bonitos deseo de que crezca algo, entraron a la casa. De un estilo antiguo, sobrecargada de artilugios de dudosa procedencia y aún más inexplicable utilización, papel tapiz multicolor en las paredes y pisos alfombrados. El televisor está encendido y en él se ve que a varios kilómetros de distancia hay una revuelta sindical de suma importancia.
Miran atentamente, las manos les gotean barro sobre la alfombra, pero es tan densa la situación que aparentan no notarlo. Explica el conductor del noticiero que es en Córdoba, hay problemas en una fábrica, no se especifica de qué, ni por qué, ni cuando arrancó, pero parece que no hay forma de tener esos datos, por ahora. Todo sucede dentro del mismo recinto, luce como un galpón enorme, o un hangar, de vidrios rotosos y grandes alambrados olímpicos que impiden el acercamiento.
No hay cámaras profesionales, ni reporteros que hablen con elocuencia desmedida y frivolidad, pero uno de los empleados ha estado transmitiendo desde su celular, arriesgado, emite pocas palabras que la primera vez se asemejan más a los quejidos de una parturienta. El material está sin filtros... pero madre e hijo no lo saben y nadie les avisa pero las imágenes que muestran son increíblemente fuertes, duras, tan trágicas como la realidad que día a día ocurre en puertas afuera del palacio de cristal que debe ser la niñez.
Comienzan unas corridas, la cámara que temblequea, bultos oscuros que pasan de un lado al otro, se divisan varias patadas y piñas, nada anormal, nada demasiado grosero. Es porque al parecer uno de los importantes implicados, el líder sindical, cuyo nombre se desconoce por ahora y poco importará luego, llevó un arma, una pistola y arremete contra sus compañeros, obreros que años trabajando juntos han pasado. Para peor, no está solo, son varios los que lo apoyan.
Todo se descarrila, cualquiera sea el reclamo, ahora queda sin sentido y sumamente diminuto, cuando se ve que están torturando a alguien. La señora intenta cubrir los ojos del pequeño, que se esfuerza por espiar, el fuerte germen del morbo se cultiva desde niño parece. Hacen sufrir a un pobre cordobés laburador, y Robertito quiere ver, aunque no entienda de política ni organizaciones sociales, alguien está lastimando a otro y él lo disfruta.
Al sujeto agraviado lo suspendieron en el aire a través de cuatro sogas que ataron a cada una de sus extremidades. La madre ya se imagina que pasará cuando ve tirando de ellas grandes sujetos de ellas... violentamente son arrancadas las porciones de un ser humano, la primera en desvincularse del cuerpo es el brazo izquierdo. Salpican un líquido rojo por todos lados y revolotean el trozo cual trofeo. Mientras la mujer llora, el pequeño cultivador ha sido sobrepasado, esa exitación generada por los golpes de puños, ya pierden gracia y comienzan a tornarse negativas.
Sigue mirando, continua sintiéndose peor. Surgen las primeras nauseas, comienza a marearme. No comprende lo que ve, los relatos que oye. Entre tanto caos y confusión, cae en cuenta de que estas imágenes son de archivo. Esto sucedió y fue real, pero hace un mes. Ya es pasado televisivo. Lo que explican en el noticiero, es que aún no encuentran culpable, no saben donde está ese que tiró el primer balazo.
Lentamente Robertito se calma, de saber que esto no es el ahora, se alivia, respira hondo y aliviado, mientras que las feas imágenes continúan, y se ve como el sujeto de la cámara se acerca a alguien que ya fue atendido por la primer ambulancia en llegar al lugar. Y explica que le han cortado la nariz, mientras retira la gasa, para que todos podamos ver... pero ya a nadie le importa, porque pasó ayer.-

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