Kafka no escribía mails

Las cartas de amor de Franz Kafka le otorgaban un valor religioso a la palabra escrita. No estrictamente a la literatura en este caso, sino a la palabra escrita como acto físico. O sea: a la acción de llenar un papel con una lapicera en la mano con una intensidad donde el cuerpo se ponía en juego con más apasionamiento, que en un paseo romántico bajo las estrellas o aun, que en las “coronaciones” amorosas de la cama. Para el escritor de Praga las cartas a sus amantes cumplían el decisivo papel “acercar”.
La tormenta sentimental con una lapicera que corre sobre una hoja o el martilleo ante la vieja máquina de escribir, donde al menos hay que pulsar cada tecla para pintarla en un papel, son operaciones de cuerpo presente. También lo es una conversación telefónica donde los “movimientos” de la voz permiten transparentar el estado de ánimo de la otra/el otro, su predisposición a la demanda, su reacción ante la indiferencia o el reclamo.
El e-mail como contacto introdujo cambios en los detalles sentimentales que se danzan con las palabras. Sucede que el emisor se siente a salvo ante una pantalla fría, solo frente a un teclado que cede al menor roce de los dedos y que, encima, comienza un viaje lejano (otras veces muy cercano) y veloz a su destinataria/o.
Esta falta de cuerpo del e-mail es peligrosa porque lo torna impune, invulnerable…Siempre hay algo de anonimato aun en las frases más jugadas que se redactan sobre la pantalla. Se puede “crear” un sentimiento, se puede jugar con las más arriesgadas promesas porque todo volará por el aire y esa le da al mensaje cierta cualidad espiritual.
Los problemas surgen cuando del otro lado de la pantalla también hay un cuerpo. Un cuerpo ilusionado o sufriente que está a la espera de mensajes llenos de esperanzas. Y ahí es donde te quiero ver. ¿Te da el cuero para responder con actos aquello que escribiste casi jugando frente a la blanca indiferencia de la computadora?.-

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