Pasión a corta distancia.-

El tema es bastante fácil: Hermana necesitaba un cuento corto y que contenga un conflicto entre dos objetos, todo esto para un curso de títeres. Como no se le ocurría nada, me pidió que se lo haga y salió esto...

El silencio había inundado la sala. Unos débiles hilos de luz se colaban por los postigotes. Hacía varias semanas que no se limpiaba aquella habitación y el polvo flotaba dulcemente en el aire.
Tendido sobre el sillón de tres plazas, se encontraba el control remoto. Los botones gastados dejaban un poco al azar la búsqueda de canales y con las pilas a medio cargar, las fallas eran regulares.
A pesar de todo eso, el control estaba deseoso de hallar un destino en especial. Existía un televisor determinado para generarle aquel invisible placer, casi creado para él.
Pero eran dos los días que transcurrieron sin verse mutuamente, la desesperación había invadido a ambos, pero el pequeño artilugio era más vulnerable. Móvil, audaz y práctico, sin ligaduras a una pared o mueble, transitaba el día a día temiendo su extravío.
En cambio, el gran receptor, ese enorme aparato de cuarenta y dos pulgadas, yacía adosado a una pared, eternamente quieto. Con una larga cola que lo potenciaba y lo colmaba de energía, mientras que una segunda extensión podía llenarlo de imágenes. A pesar de éstas físicas y evidentes diferencias, la búsqueda es mutua y la desesperación de hallarse con cualquier excusa, los desvive.
Otro día pasó en silencio y oscuridad aquel cuarto. Harto de aguardar, el control tomó las riendas del asunto y, sin esperar que aquel ente extraño (que normalmente lo presionaba y mal utilizaba) invoque la señal televisiva, lanzó un rayo invisible en búsqueda de su compañero. Rebotando por las paredes y desviándose con todos objetos de la sala que se cruzara, fue aquella ínfima señal a unir parejas. Pero no encontró respuesta alguna.
Dejó transcurrir unos instantes, retomando fuerzas, buscando en todos los rincones de cada pila, para agrupar la energía necesaria y allí fue... lanzó otro majestuoso intento de conexión, con el mismo triste resultado. Decidió rendirse. Todo parecía acabado; qué sentido tendría el mundo sin su amor, se preguntaba.
Sin más, sin avisar ni advertir, una noche en que la luna brillaba fuertemente en un celo sin estrellas, aquel ser omnipotente regresó al lugar, tal vez era otro (todos se parecen), al pasar por la puerta dejó a un costado un bolso, prendió la luz. Con el incómodo silencio aún en el ambiente, cruzó la habitación y se le acercó al televisor. Tomó firmemente su cola y la presionó contra la pared. Aún sin emitir sonido alguno, dio un par de pasos y se desplomó en el sillón.
La fría mano tomó al control y sin titubear apretó el botón preferido por todos, ese rojo que genera la mágica búsqueda de dos amigos inseparables. Un par de milésimas de segundos después, todo se vio repleto del ruido y la luz emanada por la caja plástica con frente de vidrio.
Lo que siguieron fueron horas alegres, llenas de zappings, botones apretados y programas televisivos. En medio de tal escándalo, una vez más, el televisor y el control remoto, se juraron nunca olvidarse el uno del otro...

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